viernes, 7 de septiembre de 2012

El mosquito rosarino

La ciudad, sus habitantes estoicos y cabizbajos, tal vez no menos cabizbajos
que otros argentinos de estas horas, sufren un ataque sostenido, implacable
de picaduras del mosquito culex, hematófago, masivo y vil, en su proliferación
incesante de estos cuatro o cinco días, en la urbe de mis amores.
Y no comprendo bien porque la quiero. Cada día me lo pregunto y me contesto
sin seguridades, no tengo verdaderas razones para amarla. Es sucia, desigual,
prejuiciosa, pacata, pueril, y maleducada. La ciudad?: el conjunto de gentes que
la sostiene-o que acaso la tienen con un dedo-y que conforman ese pensamiento
antropomorfico, que le asigna la vida de sus habitantes.
Una la camina, la transcurre, la habilita, y nada; siempre habrá en el día una cara
de odio, de rabia, de mala cosa, que se mete en cada una de las débiles partes
de la humanidad individual, y se hace frustración y desesperanza.
Mosquitos culex, que atacan sin que una los habilite. Y entonces?
que se sostiene? Se sostiene, la sostiene, algunas caras esperanzadas de cualquier
lugar, de cualquier sitio, que sonrían y se amuchen, frente a las hordas de culex
de toda índole y aunque no sepan bien donde están y sobretodo para que están,
gocen de estar juntos, en algún pequeño espacio colectivo, del pensamiento
común, tal vez insignificante, incipiente, pero juntos al fin.





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