domingo, 11 de agosto de 2013


Es un pleno, asombroso, diáfano día de finales de verano
en el hemisferio norte. Estoy en California, dorada y somnolienta.
He recorrido, muchas veces con pequeñas manitas en mis manos-nietos-
muchas sola, parques y plazas.
En todos los casos he visto, además de plantas, solados y juegos apropiados
a edades, padres y abuelos, he visto-repito-la amabilidad constante, austera,
pero presente en cada gesto, en cada cruce, de toda la humanidad de una, con
el otro. Ese otro que no sabe nada de nada de  quien cruza casualmente, en la calle,
en la vereda, en el super, en el shopping, etc. Pero la falta de conocimiento
no es impedimento para sonreír, pedir permiso, agradecer, dar lugar, preguntar
amablemente por el país de una-de acuerdo al acento cantor- y sobretodo
hablar con cariño de Buenos Aires o Misiones y las ruinas.......
Me emociona. Me emociona y me vulnera la diferencia con mis calles
mis plazas, nuestros miedos, nuestra falta de cortesía. Y se podrá decir
que nos duelen otras cosas, otras realidades. Pero no me basta.
Que mas realidad que la sonrisa? La risa compartida, el afecto sin compromiso,
que significa el buen trato? No hay nada mas.




y seguramente podré contar de los solados de varios colores, en material acolchado, atérmico,
        en juegos distintos, de escalar descalzos, en contenciones del espacio con formas de barcos
        en formas escalables apropiadas, seguras, proyectadas.
 Pero hoy solo quiero acordarme de las risas
y del estupendo sonido del silencio, entre ellas.